MEJOR PINTOR QUE ESCULTOR? Esa es la pregunta que muchos colombianos se hacen hoy, tras enterarse de la muerte de FERNANDO BOTERO, a sus 91 años de edad, en su casa de Mónaco.
Más allá de lo que significó para el mundo como artista, para la gran mayoría de colombianos, que poco o nada saben de arte, FERNANDO BOTERO fue un verdadero «Gran colombiano». Nunca negó sus orígenes, a los que siempre estuvo dispuesto a regresar, nunca dejó de comer fríjoles, arepa paisa, tomar tinto cerrero, hablar paisa arrastrado, hablar con sus amigos de colegio y de sus primeros años de lucha por llegar a ser alguien.
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Un verdadero «Gran Colombiano»
Fue un buen tipo. Su gran fortuna, su ascenso social y el roce mundial que su genialidad le permitió, su llegada al Jet Set universal, no lo cambiaron. Lo aislaron, sí, por obvias y forzadas razones. Pero no lo alejaron de corazón de su país, ni de su Antioquia natal. Ese, para los ignorantes del Arte, seguramente será el gran legado del artista a quien el presidente GUSTAVO OPETRO definió como «el pintor de nuestras tradiciones y defectos».
BOTERO llevó a sus lienzos y a sus magistrales y voluminosas manualjdades, la realidad de Colombia: su belleza, su naturaleza, sus mujeres genuinas, su violencia, sus guerras, sus victorias deportivas, etc. Así como GABO lo dejó escrito en cientos de páginas llenas de Realismo Mágico, FERNANDO BOTERO plasmó ese mismo Realismo Mágico con sus dedos y pinceles, en obras de arte que hoy, cual bandera nacional izada, se erigen en casi todos los países del mundo. Pocas capitales de Europa, Estados Unidos y América, no tienen una obesa escultura suya exhibida en una calle, o colgada en la pared de un gran hotel.
«Lo más terrible de la idea de la muerte para un artista, es saber que no podrá pintar más»
Los colombianos de a pie, esos que por supuesto no tuvieron recursos para acceder a una de sus maravillosas obras de Arte, se conformaron, pero con mucho orgullo, con comprar en cualquier calle bogotana o de un alejado pueblito de la Costa o del Sur del país, un cuadro suyo «chiviado», o la réplica de una de sus morenas gordas y gatas infladas que venden en las plazas públicas de Cartagena.
De esa misma realidad, de esa misma conciencia de nuestra Colombia herida, quizás salió el aporte más trascendental que dejará su maravilloso genio: la Paloma de la Paz. La misma a la que, desde marchantes de manifestaciones sociales, hasta presidentes de la República, han quisieron mancillar a patadas o, simplemente, expulsándola de su hogar natural: el Palacio de Nariño. Como lo hizo el entonces jefe de Estado IVÁN DUQUE.
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La agredieron a pierda y la obligaron al exilio temporal, pero a la Paloma de la Paz de Botero no la pudieron asesinar los enemigos de la paz, los amigos de la guerra. Volvió para quedarse. Esta vez, para siempre.
El presidente Petro la regresó a la Casa de Nariño