FABIO OCHOA VÁSQUEZ es el menor del otrora poderoso clan familiar, principal socio de PABLO ESCOBAR en el «Cartel de Medellín«. Su nombre volvió a la palestra pública, por cuenta de su regreso a Colombia, luego de pagar una condena de casi tres décadas en una cárcel de estados Unidos. «Fabito«, como solían decirle, fue el único de esa asociación criminal que no pudo burlar la extradición.
Sus hermanos JORGE LUIS Y JUAN DAVID (ya fallecido) se salvaron de caer en una prisión gringa, gracias al «salvavidas» que les lanzó el entonces presidente CÉSAR GAVIRIA, que les expidió tres decretos a su medida, con los que pudieron acogerse a la justicia criolla, gracias a lo cual pagaron apenas cinco años de cárcel, con el único compromiso de confesar lo que todo el mundo sabía: que eran Narcos y Jefes del Cartel de Medellín.
El Clan Ochoa Vásquez
«Fabito» fue el hijo consentido del patriarca de la familia, el caballista FABIO OCHOA RESTREPO, amigo personal de ÁLVARO URIBE VÉLEZ. De su viejo heredó su nombre, pero también su «cariño» casi paternal por el expresidente de los colombianos. En la casa de los OCHOA, el expresidente URIBE era identificado con un cariñoso «Álvaro«.
El joven «Fabito» junto al papá de Álvaro Uribe
Ahora que está a las puertas de regresar a Colombia deportado por Estados Unidos, allegados, abogados y periodistas de la época de su esplendor de capo en Medellín y Antioquia, se recuerda que el confesó delincuente era considerado como «El más uribista de los narcos paisas«. De hecho, el jefe del clan familiar, apoyó públicamente una de las candidaturas de ÁLVARO URIBE, según reportes de Prensa, en los que se le menciona como asistente a un homenaje al candidato, en compañía de destacados deportistas paisas y la ya famosa modelo NATALIA PARÍS.
Publicación sobre apoyo de Ochoa a Uribe
Picó el «anzuelo»
FABIO fue capturado por reincidir en el «negocio» del narcotráfico. Su ambición y voracidad por el dinero fácil y la necesidad de mantener el estatus económico y social del que gozó durante el «reinado» de los capos mundiales de la droga, lo hicieron caer de nuevo.
Uno de sus considerados «Exaliados» y amigos de su pasada vida de capo en Medellín, le tendió una trampa. Le tiró un «anzuelo envenenado» que el joven de los OCHOA picó sin pensarlo dos veces. Ese «amigo», conocido en la mafia como «JUVENAL», lo invitó a hacer parte de una especie de «cofradía» de caballistas, una actividad fraternal con la que tapaban sus verdaderas intenciones: volver a exportar droga a Estados Unidos, escondido este nuevo «emprendimiento» en el lucrativo y muy conocido entre ellos negocio de compra y venta de caballos de paso fino.
«JUVENAL» compró dos casas inmensas y cómodas, en exclusivos sectores de Bogotá y Medellín. Allí se reunían con frecuencia los miembros de ese nuevo «Club de amigos» caballistas, a hablar de negocios y a tertuliar sobre ferias ganaderas y exposiciones equinas. Hablaban en clave y de forma cifrada. Lo hicieron durante varios meses, en citas a las que llegaron a asistir más de treinta personas, casi todas ellas con pasado criminal en el narcotráfico. Algunos nuevos y otros, como FABITO, reincidentes.
Simultáneamente, la DEA montó una «Oficina fachada» en el emblemático edificio «World Trace Center«, norte de Bogotá, justo frente a la oficina donde OCHOA, JUVENAL y sus socios, mantenían su «centro de operaciones» y planeaban sus negocios. Esta parte del operativo contó con la asesoría de dos mayores y dos coroneles de la Policía. Desde allí, también se registraban, seguían y grababan, paso a paso, todos los movimientos de la organización delincuencial. Años después, estos oficiales llegarían al grado de General y a ocupar cargos como director de la Dijín y de la misma Policía Nacional.
Con esos amigos
Lo que no tenía por qué saber en ese momento «Fabito» y su nuevo círculo social, es que «JUVENAL» había instalado cámaras y micrófonos ocultos en varios puntos de las casas de Medellín y Bogotá, que grababan 24/7 las reuniones y charlas. Agentes de la DEA, apostados frente a las viviendas, acumulaban las cintas, tomaban nota e interpretaban sobre la hora cada una de las frases que soltaban, dentro de las cuales encontraron. encriptadas. varias operaciones de envíos de droga y de blanqueo de dinero a través de la compra y venta de los caballos.
Muy pronto, en cuestión de meses, los sabuesos de la DEA se hicieron a un contundente acervo probatorio, con el que prepararon los indictmens (acusaciones), perfeccionados por un grupo de fiscales de la Florida, suficientes para iniciar el proceso de solicitud de extradición y sus respectivas órdenes de captura.
El día de su extradición
El plan de captura fue quirúrgicamente montado, en el entendido de que cualquier filtración de información provocaría una estampida masiva y desaparición de pruebas. Pocos altos funcionarios del Gobierno Colombiano y jefes de organismos de Inteligencia de la época se enteraron del operativo, al que ya se le habían asignado un nombre muy peculiar: «Operación Milenio«.
La extradición fue pedida contra 35 personas, encabezadas por OCHOA, a quien previamente había ubicado en una finca cercana a Medellín, donde solía estar con su familia. La idea era adelantar el operativo en horas de la madrugada, ante la seguridad de que estuvieran dormidos. Las órdenes de detención se cumplieron al pie de la letra.
Operación Milenio
Entre los capturados aparecería el mismo alias «JUVENAL», a quien se le identificaría como «ALEJANDRO BERNAL», un exconvicto que ya tenía su paso por los expedientes gringos, por viejos negocios de narcotráfico con la gente de Medellín. Todos, en fila, fueron presentados ante los medios se comunicación. La «Operación Milenio» se constituyó en uno de los golpes más fuertes asestados contra las consideradas «nuevas generaciones» del narcotráfico mundial.
Irónicamente, FABIO OCHOA y alias «JUVENAL» compartieron el mismos pabellón dentro de la cárcel de máxima seguridad «La picota» de Bogotá, a donde fueron confinados mientras los trámites de entrega a los agentes de la DEA que se los llevarían para Estados Unidos. Jugaban tenis en la cancha de microfútbol de la prisión.
Una vez en territorio norteamericano, y en las postrimerías a del gran juicio, OCHOA se enteraría que el testigo de cargo en su contra era nada menos que su «Amigo», alias «JUVENAL», quien meses atrás le había abierto las puertas de su casa en Bogotá y Medellín. El testigo los señaló uno a uno, y entregó videos y miles de horas de grabación de las conversaciones de los negocios criminales de Ochoa y los otros 34 detenidos.
«Juvenal»
Lo que se sabría poco después, es que JUVENAL había sido capturado años antes de su regreso a Colombia y que había llegado a un acuerdo con la DEA para entregar, «en bandeja de plata», la cabeza de «Fabito«, a cambio de una inmunidad plena. Su captura en Colombia del testigo fue «Montada», para darle mayor credibilidad a su relación con OCHOA.
Al testigo estrella de la «Operación Milenio» se le permitió vivir en Estados Unidos o en Panamá, con el compromiso de no regresar jamás a Colombia, so pena de ser ejecutado por sus nuevos enemigos. Pero se dejó llevar por «el apego y sus raíces» y, desconociendo todas las advertencias, volvió al país. Un mediodía de un soleado domingo, mientras departía con amigos en un restaurante campestre al norte de Bogotá, fue acribillado a balazos.
Sobre la autoría de este crimen, nada se dijo oficialmente, pero una hipótesis callejera se volvió un secreto a voces: una reyerta de la mafia, una retaliación por haber entregado a los miembros del nuevo cartel del narcotráfico, entre ellos a Fabito.
El otro testigo que se les infiltró
Estados Unidos tenía como principal objetivo al menor de los OCHOA, no solo por sus nuevas fechorías de narcotráfico, sino por una imperdonable deuda pendiente con la justicia de ese país: el asesinato del agente de la DEA BARRY SEAL, en una calle de Bagton Rouge, Estado de Luisiana, USA.
SEAL se hizo célebre por haberse infiltrado en las entrañas del Cartel de Medellín, en cuya condición grabó en video y fotos, al mismísimo PABLO ESCOBAR y sus socios y los de los OCHOA, embarcando tulas repletas de droga en Nicaragua, Centroamérica, que tenían como destino las playas de La Florida. Una foto icónica, que se convertiría en la única prueba física de que ESCOBAR sí era narcotraficante y jefe del Cartel.
La foto de Pablo que tomó Seal
Según las investigaciones de la Fiscalía Norteamericana, el agente encubierto de la DEA fue ultimado a balazos por sicarios colombianos enviados desde Medellín, presuntamente, por orden del propio FABIO OCHOA, una acusación que sus abogados y sus hermanos libres en Colombia negaron tajantemente. De hecho, el Estado de Luisiana tuvo lista una orden de extradición contra «Fabito», para que s e hiciera efectiva una vez cumpliera la pena por narcotráfico en La Florida.
El testigo Barry Seal
Sin embargo, los condicionamientos impuestos por el Gobierno de Colombia, para cualquier extraditable, obligaba al país requiriente que no juzgara al extraditado por delitos diferentes a los que originaron su captura inicial. De lo contrario «Fabito» habría pasado el resto de su vida en una prisión gringa.
Ahora, a sus 67 años, regresa a Colombia, donde ya no tiene deudas pendientes con la Justicia, con una familia muy diezmada por el paso de los años, sin amigos, sin poder económico ni político, y sin las grandes propiedades que poseía antes de irse preso. Hablará de sus socios y aliados que nunca han pagado cárcel, pese a haber estado sentados en la misma orilla criminal? Averígüelo Alvarito.