COMO TODAS LAS MAÑANAS, el fiscal CARLOS RICARDO GAITÁN se vistió de la forma más pulcra posible, sencillo, sin corbata ni traje, pero presentable, muy acorde con su cargo: pantalón gris, zapatos color café recién embolados y una camisa blanca muy limpia, manga corta, advirtiendo los tremendos calores típicos de Girardot, la ciudad a la que había llegado trasladado, luego de permanecer en Bogotá durante varios años, al servicio de la Seccional Cundinamarca.
Como de costumbre, salió de su casa temprano y se apareció en la oficina alardeando la actitud de siempre, la de un hombre amable, de buen humor, sonriente, tranquilo, muy sociable. Todos quienes lo conocieron, coinciden en que era uno de esos seres a los que se les rotula como «Un Buen tipo». Muy apreciado, además, por su disposición a colaborar, enseñar a sus compañeros nuevos, asistentes y abogados, sobre el ámbito del Derecho Administrativo, preferiblemente, que manejaba con destreza, pero sin dejar de lado lo Penal, otra de sus pasiones, en la que se movía como Fiscal de juicios especiales.
Foto reciente del fiscal Gaitán, QEPD
Lo que sí empezó a tornarse muy evidente en los últimos tiempos en el Doctor Gaitán, fue una especie de desgaste emocional, una queja frecuente que él mismo atribuyó a una «Gran carga laboral», pues su despacho llegó a acumular cifras inauditas de hasta más de 1500 procesos pendientes de ser resueltos, de connotación unos, de trámite otros. Procesos que, según lo expresó varias veces, se puso como meta sacarlos de ese túnel sin salida de la impunidad, lo que significa competir en una especie de carrera en solitario contra un maldito «Reloj» llamado «Vencimiento de términos».
Algunos de quienes fueron sus compañeros en Bogotá y los últimos con quienes compartió en Girardot, cuentan que el doctor GAITÁN se quedó esperando que desde el Nivel Central en Bogotá le respondieran favorablemente las peticiones que hizo para ser trasladado de nuevo a la capital, con la noble esperanza de alivianar un poco la gran responsabilidad que cargaba a espaldas, pues el frenético y a veces diabólico agite diario de su despacho, hacía rato había engendrado en su alma la semilla de la desazón, una encarnación silenciosa e invisible que él mismo calificaba como «un estrés extremo».
Había pedido el traslado
Es imposible meterse en la cabeza de una persona que decide suicidarse, pues su comportamiento entre quienes conforman su entorno social, laboral y familiar, pocas veces ofrece pistas o evidencia actitudes que generen alarmas, más allá de las quejas de una carga laboral, de un problema financiero, o de una decepción amorosa.
En la Fiscalía General, por ejemplo, son muy frecuentes, cada vez más frecuentes, las quejas por la forma como, desde el Nivel Central, el Búnker, donde permanecen la cabezas visibles de este «potro» estatal, abandonan a su suerte a los servidores que «le meten el pecho» a la causa, que operan 24/7, la mayoría de las veces en circunstancias adversas, sin respaldo, al garete: fiscales sin asistentes, con despachos atiborrados de arrumes de expedientes, turnos URI adicionales, turnos de apoyo, operativos, desplazamientos, entre otros.
Mensajes enviados por redes sociales
Se conoce de casos en los que los propios fiscales se ven obligados a contratar por su lado a asistentes externos, que les toca desplazarse en sus carros particulares porque no hay vehículos oficiales disponibles, a veces en busetas o en buses intermunicipales llevando material probatorio, sin seguridad policial, en zonas de alto riesgo.
Le falló el Estado
En el caso del doctor GAITÁN, sus maneras sociales estuvieron lejos de exteriorizar semejante intención de quitarse la vida, por el motivo que fuera. Podría deducirse entonces que la fatal decisión la venía maquinando desde semanas antes, a la par con el aumento de la carga laboral, es posible. Para sí mismo, hacía rato se había declarado DERROTADO. No se atrevió a confesárselo a nadie. Incluso en eso, fue un ser decente y honesto hasta último momento. Decidió no preocupar a nadie. Se fue sabiendo quién era el culpable: el desagradecido Estado al que sirvió fiel y cumplidamente.
El fiscal Gaitán se lanzó del sexto piso de la Fiscalía
No dejó una carta dando explicaciones, salvo un escueto mensaje de tres líneas escrito a mano que, precisamente pese a lo escueto, habla por sí solo y abre la puerta a un universo de las razones que lo llevaron a lanzarse desde el piso sexto del edificio donde tenía su oficina, desde la misma ventana a la que todas las mañanas se asomaba a alimentarse de un poco del caliente aire girardoteño, y del olor del Magdalena traído por el viento mañanero.
«Lo siento, estoy muy atrasado de trabajo»
Pese a su sonriente y cordial forma de mostrarse en público, el doctor GAITÁN partió como en realidad fue en sus últimos días: un hombre más bien solitario. No solo. Solitario. La mayoría de su familia permanecía en Bogotá, como también sus mejores amigos, su pasado, sus compañeros de despachos anteriores, sus recuerdos.
Mensajes que amigos, colegas, compañeros de trabajo y algunos abogados han enviado a través de las redes, se convierten en lo único que podría dejar ver, un poco, las laberínticas circunstancias por las que atravesaba el doctor GAITÁN. Algo de desespero por regresar a la Bogotá de sus amores, anhelando un trajín más liviano, menos enfermizo de responsabilidades, de metas, de resultados y de cifras para titulares de prensa que, muchas veces, terminan siendo inalcanzables para cualquier ser humano, por mucho que, como el bueno del doctor GAITÁN, se esfuerce en lograrlo.
La nota de su «despedida» quedó sobre su escritorio